antigua obra de araña,
estaba allí, plateada,
entre el tiempo del río que camina
y el tiempo arrodillado en Notre Dame:
una colmena de la miel errante,
una ciudad de la familia humana.
Todos habían venido,
y no cuento a los nòmades
de mi propio país deshabitado:
allí andaban los lentos
con las locas chilenas
dando mas ojos negros a la noche
que crepitaba. Dónde estaba el fuego?
El fuego se había ido de París.
Había quedado una sonrisa clara
como una multitud de perlas tristes
y el aire dispersaba un ramo roto
de desvaríos y razonamientos.
Tal vez eso era todo:
humo y conversaciòn. Se iba la noche
de los cafés y eneraba el día
a trabajar como un gañán feroz,
a limpiar escaleras,
a barrer el amor y los suplicios.
Aún quedaban tangos en el suelo,
alfileres de iglesia colombiana,
anteojos y dientes japoneses,
tomates uruguayos,
algún cadáver flaco de chileno,
todo iba a ser barrido,
lavado por inmensas lavanderas,
todo terminaría para siempre:
exquisita ceniza para los ahogados
que ondulaban en forma incomprensible
en el olvido natural del Sena.
Memorial de Isla Negra, Buenos Aires, Losada, 1964.
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