En Vallauris en cada casa
tienen un prisionero.
Es el mismo siempre.
Es el humo.
A veces lo vigilan
padres de cejas blancas,
muchachas de color de avena.
Cuando tú pasas
notas que los guardianes
del humo
se han dormido,
y por los techos, entre vasijas rotas,
una conversación azul
entre el cielo y el humo.
Pero en el sitio donde trabaja
en libertad el fuego,
y el humo es una rosa de alquitrán
que ha teñido dé negro las paredes,
allí Picasso,
entre las líneas y el infierno,
con su pan de barro,
cociéndolo,
puliéndolo, rompiéndolo
hasta que el barro se ha vuelto cintura,
pétalo de sirena,
guitarra de oro húmedo.
Y entonces con un pincel lo lame,
y el océano viene
o la vendimia.
El barro entrega su racimo oculto
y al fin inmoviliza su cadera calcárea.
Después Picasso vuelve a su taller.
Los pequeños centauros que lo esperan
crecen, galopan.
El silencio ha nacido
en las ubres
de la cabra de hierro.
Y otra vez Picasso en su gruta
entra o sale dejando
paredes arañadas,
estalactitas rojas
o huellas genitales.
Y durante las horas que siguen
habla con el barbero.
Las uvas y el viento 1950-1953
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire