vendredi 4 novembre 2011

SOMBRAS SOBRE ISLA NEGRA

La Justicia chilena investiga el posible asesinato de Pablo Neruda por orden del general Pinochet. Su chófer denuncia que le pusieron una inyección letal en una clínica de Santiago de Chile.

par Mario Amorós
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LE POÈTE PABLO NERUDA  LE 13 JUIN 1966, SUR LE PONT D'UN BATEAU À NEW YORK LORS DE LA 34 ÈME CROISIÈRE AUTOUR DE MANHATTAN ORGANISÉ PAR LE  PEN CLUB INTERNATIONAL. PHOTO  SAM FALK
Manuel Araya tenía 26 años cuando en diciembre de 1972 empezó a trabajar como chófer y escolta de Pablo Neruda, quien acababa de abandonar la embajada en Francia para refugiarse en su casa de Isla Negra: quería cuidar su salud. Araya ha roto casi 38 años de silencio para denunciar que Neruda no murió a consecuencia del cáncer de próstata que padecía, sino que fue asesinado por la dictadura del general Augusto Pinochet. El juez chileno Mario Carroza está investigando la querella presentada por el Partido Comunista de Chile (PCCh) y es posible que en las próximas semanas solicite la exhumación de los restos del autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, premio Nobel de Literatura de 1971.

El 19 de septiembre de 1973 Neruda fue trasladado desde Isla Negra, en el litoral central, a la clínica Santa María de Santiago, ya que la dolorosa derrota de la Unidad Popular y la muerte de Salvador Allende le habían causado una inmensa aflicción y un súbito empeoramiento de su salud. En aquel hospital le visitó el embajador de México, Gonzalo Martínez Corbalá, quien le transmitió la invitación de su presidente para acogerle junto con su esposa, Matilde Urrutia. Acordaron partir el sábado 22 en el avión enviado por el Gobierno azteca, pero aquella mañana, cuando Martínez Corbalá llegó para acompañarles al aeropuerto, solicitó permanecer en Chile dos días más.

Por ello, Manuel Araya explica que a las ocho y media de la mañana siguiente Neruda les pidió a Matilde Urrutia y a él que regresaran a Isla Negra para recoger sus últimas cosas. “Hacia las cuatro de la tarde nos llamó por teléfono y nos dijo que, mientras dormía, alguien había entrado en su habitación y le había puesto una inyección. Cuando llegamos, unas dos horas después, vimos que estaba rojizo, con fiebre y que se quejaba de un intenso dolor”. Un médico solicitó a Araya que saliera a comprar un medicamento, pero unos carabineros le siguieron y le propinaron una paliza antes de abandonarlo en una comisaría y de ser llevado finalmente al Estadio Nacional, donde fue torturado. Solo varios días después pudo conocer la muerte del poeta, que atribuye a aquella misteriosa inyección y de la que responsabiliza a Pinochet, consciente de que la voz de Neruda en el exilio sería un poderoso ariete contra su régimen.

Por su parte, Matilde Urrutia escribió en sus memorias (Mi vida junto a Pablo Neruda, publicadas por Seix Barral en 1986, un año después de su muerte) que, aunque su esposo pasó muy mal su última noche y la enfermera de guardia tuvo que inyectarle un calmante para que pudiera dormir, no pensó “ni por un momento, que Pablo se moriría”: “En este último tiempo, el doctor me había asegurado que se defendía maravillosamente del cáncer que lo aquejaba y lo había visto lleno de vida y entusiasmo”.

“No murió de cáncer”.

La vida de Pablo Neruda se extinguió a las diez y media de la noche del 23 de septiembre de 1973, en la habitación 402 de la clínica Santa María. No se le practicó autopsia pues no había sospechas de homicidio o suicidio. Al día siguiente, su amigo Luis Enrique Bello se dirigió al Registro Civil para inscribir la defunción y aportó el certificado del urólogo que atendió al poeta durante los últimos años, Roberto Vargas Salazar (fallecido hace cinco lustros), quien señaló como causa del fallecimiento: “Caquexia cancerosa. Cáncer prostático, metástasis cancerosa”. Uno de sus hijos, Fernando Vargas, señala: “Mi padre lo atendió durante varios años. Me dijo varias veces que Neruda había sufrido un cáncer prostático metastásico y que había fallecido por ese motivo”. En cambio, una portavoz de la clínica Santa María consultada por Tiempo ha declinado opinar acerca de esta investigación judicial: “No estamos haciendo declaraciones, en el fondo no hay nada que decir”.

¿Cómo que no hay nada?

Sin embargo, varios hechos y testimonios sugieren lo contrario. En primer lugar, como subraya la querella presentada por el Partido Comunista, la caquexia, que el certificado de defunción menciona como causa de la muerte, es un estado de extrema desnutrición (producido por enfermedades como el cáncer) y en sus últimos días Neruda mantenía su sobrepeso de 100 kilos. Además, desde México, Gonzalo Martínez Corbalá ha recordado que el 22 de septiembre, cuando le vio por última vez, no sufría el grave estado que le atribuye el certificado de defunción y que su estado era similar al de semanas atrás, cuando le visitó en Isla Negra. En tercer lugar, el 24 de septiembre de 1973, al informar de la muerte del poeta, el diario El Mercurio señaló el grave perjuicio de una inyección: “A consecuencia de un shock sufrido luego de habérsele puesto una inyección de calmante su gravedad se acentuó. La baja brusca de presión arterial (hipotensión) causó alarma al médico tratante, profesor Roberto Vargas Salazar, quien solicitó la concurrencia de un cardiólogo, el cual diagnosticó su estado grave”.

Pero lo que más llama la atención son las declaraciones de Matilde Urrutia a varios medios españoles un año después. En una entrevista publicada por Pueblo el 19 de septiembre de 1974, afirmaba: “La verdad única es que el duro impacto de la noticia [del golpe de Estado] le causó que días más tarde se le paralizase el corazón. El cáncer que padecía estaba muy dominado y no preveíamos este desenlace tan repentino. No alcanzó ni a dejar testamento, pues la muerte la veía aún muy lejos”. En otra concedida a Efe aún fue más asertiva: “No le mató el cáncer. Los médicos, a los que habíamos visto unos días antes, le dijeron que lo habían atajado y que podría vivir unos años más”.

El testimonio de Manuel Araya ha sido recibido con incredulidad por algunas personas muy próximas a Neruda, en primer lugar por su largo silencio, que él justifica: “Golpeé las puertas de todos los medios de comunicación y nadie me quiso escuchar. Fui a hablar cinco veces con dirigentes del Partido Comunista, pero tampoco me hicieron caso hasta ahora. Por fin me he quitado este peso de encima”. Sostiene que cuando se rencontró con Matilde Urrutia en 1974 le planteó la necesidad de denunciar públicamente el crimen, pero ella se negó: “Temía que, si lo revelaba, le quitarían los bienes de Neruda, que creo que era lo único que tenía”. Sus afirmaciones contradicen el compromiso que demostró con la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la dictadura, tal y como recuerda Viviana Díaz, dirigente histórica de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos: “Cada vez que hacíamos alguna denuncia ante la junta militar o los tribunales, Matilde nos daba su apoyo, no en vano su sobrino nieto David Urrutia fue secuestrado en 1975 y hecho desaparecer”. La acusación de encubrir el asesinato de su esposo es lo que más preocupa al profesor Hernán Loyola, reconocido internacionalmente como el principal estudioso de la vida y la obra del poeta: “Por supuesto, descarto absolutamente tal hipótesis. El corajudo comportamiento de Matilde durante la dictadura bastaría para desmentirla”. Desde Cerdeña, Loyola expresa su coincidencia con la opinión de la fundación Pablo Neruda, que custodia el legado del poeta y de la que están excluidos los familiares y el Partido Comunista. Consultado por Tiempo, el director ejecutivo de la fundación, Fernando Sáez, rechaza hacer declaraciones y se remite a un comunicado que sostiene que “no existe evidencia alguna ni pruebas de ninguna naturaleza que indiquen que Pablo Neruda haya muerto por una causa distinta del cáncer avanzado que lo aquejaba desde hacía tiempo”.

Deuda con Neruda.

Tras conocer la denuncia de Manuel Araya en la revista mexicana Proceso, el 31 de mayo, el Partido Comunista presentó una querella criminal. Entre sus primeras decisiones, Mario Carroza, quien ya ordenó en mayo la exhumación y la nueva autopsia de los restos del presidente Allende, ha demandado los antecedentes médicos de Neruda y ha pedido a la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones que interrogue a Araya antes de citarle a declarar.

Por su parte, uno de los abogados del PCCh, Eduardo Contreras, adelanta la actuación de la acusación: “Dentro de algunas semanas solicitaremos la exhumación para ver si aún es posible determinar si la sustancia que le inyectaron era un calmante o era venenosa. Está claro que no murió de cáncer, sino debido al paro cardíaco que le provocó una inyección”. Guillermo Teillier, presidente del Partido Comunista y diputado, destaca que “en el exilio Neruda hubiera sido un enemigo formidable, y sabemos que Pinochet ordenó posteriormente el asesinato de las personalidades chilenas que denunciaban su régimen. Y recordemos que Eduardo Frei Montalva (presidente entre 1964 y 1970) fue asesinado en la clínica Santa María en 1982 por agentes de la dictadura, como probó el juez Alejandro Madrid hace unos años tras exhumar su cadáver”.

También Rodolfo Reyes, abogado, representante legal de los herederos del poeta y uno de sus cuatro sobrinos consanguíneos, cree necesaria esta investigación judicial y anticipa que autorizará la exhumación si el juez la solicita: “Es preferible que se sepa la verdad, tenemos una deuda con Neruda: averiguar si fue asesinado o murió a consecuencia de la enfermedad”. En septiembre de 1973 tenía 22 años y recuerda que ninguno de los familiares “esperaba su fallecimiento”. “En julio le había visitado en Isla Negra por su cumpleaños. Le encontré bien, usaba bastón para caminar por un dolor en la rodilla, pero tenía buen aspecto. Nunca imaginamos que pudiera haber sido asesinado, pero durante la dictadura cualquier cosa era posible”.

A la Justicia corresponde ahora establecer las causas de la muerte de Pablo Neruda. Mientras tanto, sus compañeros recordaron el 10 de julio en Isla Negra su nacimiento hace 107 años y depositaron flores rojas en su tumba, situada en un promontorio que mira hacia la inmensidad del océano, donde descansa junto a Matilde Urrutia, como pidió en su poema Disposiciones del poemario Canto General.

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