Con ocasión del centenario del nacimiento de Pablo Neruda, numerosas manifestaciones han celebrado la memoria del poeta en todo el mundo.
No obstante, es deplorable que el mensaje que el poeta se empeñó en transmitir durante toda su vida nos llegue, un siglo después de su nacimiento, tan singularmente falseado, insípido, mutilado.
Atracción turística o simple promoción de un país en busca de figuras triunfalistas, Neruda parece haberse transformado hoy en un producto más de exportación, un producto despojado de sus «aspectos turbulentos» y debidamente adaptado a las normas que hoy rigen la circulación de las mercancías y de las ideas.
La dimensión política de su obra, el combate social que el poeta dio junto a los pobres, parecen en efecto chocar al discurso dominante, y aparecen como meros traspiés, como errores, como zonas oscuras que más conviene callar para no mancillar el alcance universal de la obra. Para retomar la frase lapidaria, y oh cuán reveladora, del ex presidente de la República de Chile, Ricardo Lagos: «Si la poesía lo hizo inmortal, la política lo hizo mortal.1»
¿Es necesario recordar que para Neruda la poesía era en su esencia misma política, es decir indefinidamente volcada hacia los demás, y animada por la misma esperanza «de una vida más humana»? ¿Es necesario recordar que la distinción entre poesía y política tenía para él tan poco sentido como la que opone el «fondo» y la «forma», el «alma y el cuerpo»?
Ante esta voluntad de depuración, ante este trabajo de saneamiento, nos parece esencial reafirmar el carácter indivisible de la obra y del pensamiento de Neruda.
La política no es lo que aleja a Neruda de las inmortales esferas de la poesía, sino lo que lo prolonga hasta las raíces más profundas de nuestro ser, tal como el amor y las mil contingencias biográficas, históricas y sociales a las que el poeta, como todo hombre, se confronta. Es de esta fuente impura que emana su poesía, y es porque sabe serle fiel que todos pueden reconocer en ella un eco de su propia verdad mortal, compleja e indivisible.
Es inútil pues oponer al autor de los Veinte poemas de amor al del Canto general, como inútil es olvidar al senador y militante comunista a cambio del águila soberana que «sobrevuela su país» y «protege nuestro camino»2. El hombre aquel, capaz de cantar las aspiraciones sociales de un pueblo con las palabras del amor, y de rimar la desesperación amorosa con las palabras del exilio y del desgarro, es el mismo y único hombre.
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