lundi 10 janvier 2022

EL HOMBRE MAS IMPORTANTE DE MI PAIS

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PABLO NERUDA Y ALEJANDRO LIPSCHUTZ
El hombre más importante de mi país vive en una vieja casa que enfrenta la gran Cordillera. Desde el fondo de su jardín suele sentarse a contemplar los inmensos muros de piedra nevada que nos aíslan, haciéndonos daño, y nos preservan, haciéndonos bien. Se ve muy frágil mi amigo, con la mirada puesta en la colosal blancura, y su cabeza y su barba blanca parecen un pequeño pétalo caído desde la magnitud de la nieve.

PABLO NERUDA

ALEJANDRO LIPSCHUTZ
Pero, aunque nórdico originario, tiene poco o  nada que ver este gran hombre frágil con la nieve. Más bien podría buscársele parentesco con el fuego. Esta comparación parecería simplista y, desde luego, es sólo el parcial parecido de un alma tan abundante. El tiene, en realidad, la condición del fuego cuando destruye y hace cenizas prejuicios, sinrazones y confabulaciones, por más antiguas que ellas sean. Las busca, las escarmena, las quema, las hace cenizas. En esto se parece al fuego, tiene esa crepitante energía.

El fuego es impaciente, devora sin continuidad. Se aleja, bailando, de su propia obra. Pero, nuestro amigo, en su vieja casa de Los Guindos, no sólo reduce a cenizas la necedad y la mentira, sino que establece la verdad cristalina construyéndola con todos los materiales del conocimiento. Si bien es un impaciente enemigo de la falsedad es también el más porfiado investigador de la razón.

Para mí, su humilde vecino de las proximidades de la montaña nevada, paraje en el que convivimos durante muchos años, fue siempre mi sorprendente admiración y la revelación sucesiva de la grandeza y la belleza. Siempre pensamos los niños provincianos que los sabios tenían zapatos de bronce, guantes de mármol, y pesadas contexturas de estatuas. Los sabios, para nosotros los niños tontos, tenían pensamientos de piedra. Y como tontos que éramos crecimos admirando falsos sabios de piedra que acumularon pesados y repetidos pensamientos. Mi vecino me dio la sorpresa del eterno descubrimiento, del continuo florecer, de la incesante curiosidad, de la justiciera pasión, de la perpetua alegría del conocimiento.

Recuerdo una vez, y era tarde, y desde los altos Andes habían bajado cubriendo nuestras vecinas habitaciones las tinieblas frías del invierno de Chile. Aquel día lo había visto yo a mi amigo en su laboratorio y había soportado el tormento de que me mostrara uno a uno tumores y probetas, cifras hormonales, pizarras llenas de números: todos los elementos de su lucha fructífera con el cáncer que es, en nuestros días, la lucha contra el demonio. No hay duda que allá estaba como un arcángel blanco batallando con su espada incomprensible contra las tinieblas del organismo humano.

De pronto sonó el teléfono, en la noche. Era su voz que me decía, excusándose con la extrema cortesía que es el escudo de su noble audacia: «No puedo, Pablo, resistir. Debo transmitirle esta maravillosa poesía» y por quince minutos, trabajosamente, me tradujo verso por verso, páginas y páginas de Lucrecio. Su voz se elevaba con el entusiasmo. En verdad, la espléndida esencia materialista me pareció flagrante, instantánea, como si desde la casa de Los Guindos la más antigua sabiduría y poesía iluminaran, en la sombra de mi ignorancia, el amanecer nuclear, el despertar del átomo.

Junto con mandarme, poco después, versos burlescos y flores de su jardín que yo retribuí también con poesía y flores, se apasionó por la recóndita historia de América. Este luchador inexpugnable se preocupa tan pronto de Gonzalo Guerrero, marinero de Palos, que se asimiló a la vida de los mayas en plena guerra imperial, como de las viejas tribus araucanas, de su condición y precarias protecciones legales. Cada uno de sus trabajos no sólo defiende, acusa, fundamenta, sino que propone todas las normas de la futura consideración de los entrecruzados problemas indígenas y sus derivaciones filosóficas, raciales, sociales y políticas.

Y poéticas yo diría. Hay tal intensidad en el minucioso planteamiento de todas sus tesis, proposiciones, esclarecimientos y verdades que nos comunica su generosidad, que tiembla la tierra, a pesar de sus mesuradas palabras. Porque cada una de sus acciones tiene raíces indestructibles. Es el gran iluminador marxista de regiones oscurecidas de nuestra historia, oscurecidas por la charlatanería sin sustancia o por la interesada vileza. Por lo tanto, sus palabras despiertan, como las revelaciones poéticas, la contra ola del furor, la estéril espuma reaccionaria. Sobre esos oleajes del pasado, nuestro inextinguible amigo trabaja a plena Conciencia dándonos tanta luz que aún somos incapaces de medirla.

El hombre más importante de Chile no mandó nunca Regimientos, no ejerció nunca un Ministerio, no mandó, sino que fue mandado en una Universidad de provincia. Sin embargo, para nuestra conciencia él es un General del pensamiento, un Ministro de la creación nacional, el Rector de la Universidad del porvenir.

El más universal de los chilenos nació lejos de estas tierras, de estas gentes, de estas cordilleras. Pero nos ha enseñado más que millones de los que aquí nacieron: nos ha enseñado no sólo ciencia universal, método sistemático, disciplina de la inteligencia, devoción por la paz. Nos ha enseñado la verdad de nuestro origen mostrándonos el camino nacional de la conciencia. Y su sabiduría nos revela que la exactitud, la plenitud y la pasión pueden convivir con la justicia y la alegría.

El hombre más importante de mi país en estos años en que escribo es don Alejandro Lipschutz, vecino de Los Guindos, suburbio de Santiago de Chile. En estos días cumple ochenta años de vida, y me siento orgulloso de dejar aquí este débil retrato escrito de un alma ardiente, de un sabio verdadero. Mi orgullo es, además, decir aquí que aunque ya casi nunca nos vemos desde que yo me vine a vivir a mi Isla Negra, seguimos siendo los sencillos amigos que se intercambian de casa a casa hallazgos nuevos, flores y poesía. 

* Texto escrito en 1963 con motivo de los ochenta años del profesor Lipschutz. Con posterioridad, se publicó como prólogo del libro El problema racial en la Conquista de América y el mestizaje. 



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