negros del continente, al Nuevo Mundo
habéis dado la sal que le faltaba:
sin negros no respiran los tambores
y sin negros no suenan las guitarras.
Inmóvil era nuestra verde América hasta que se movió como una palma cuando nació
de una pareja negra el baile de la sangre y de la gracia.
Y luego de sufrir tantas miserias
y de cortar hasta morir la caña
y de cuidar los cerdos en el bosque
y de cargar las piedras más pesadas
y de lavar pirámides de ropa
y de subir cargados las escalas
y de parir sin nadie en el camino
y no tener ni plato ni cuchara
y de cobrar más palos que salario
y de sufrir la venta de la hermana
y de moler harina todo un siglo
y de comer un día a la semana
y de correr como un caballo siempre repartiendo cajones de alpargatas, manejando la escoba y el serrucho,
y cavando caminos y montañas, acostarse cansados, con la muerte,
y vivir otra vez cada mañana
cantando como nadie cantaría, cantando con el cuerpo y con el alma. Corazón mío, para decir esto
se me parte la vida y la palabra y no puedo seguir porque prefiero
irme con las palmeras africanas, madrinas de la música terrestre
que ahora me incita desde la ventana:
y me voy a bailar por los caminos
con mis hermanos negros de La Habana.
Canción de gesta, 1960
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